Pages

jueves, 2 de diciembre de 2010

Riesgos de la confidencialidad

0 comentarios

Julia y Lucía son amigas. Desde pequeñas hicieron clic en los primeros grados de escolaridad, resultado de esto es que sus familias se hicieran también muy cercanas, y así fueron superando juntas la abominable pubertad y la romántica adolescencia, hasta graduarse del colegio.

Se convirtieron en confidentes de toda temática que agobiara o llenara de felicidad su vida, y aunque las dos provenían de familias de corte conservador, Lucía “se descosió” en algún momento de la adolescencia. Julia se limitaba a escucharla y, aunque era inexperta al lado de su amiga, le aconsejaba lo que dentro de su mentalidad cada vez menos conservadora era lo correcto.

De pronto, lo que parecía ser un martes cualquiera, se convirtió en un día cargado de ansiedad y angustia para Lucía. Como pudo, tecleó en su celular de mediana generación un mensaje a su mejor amiga: “No me baja, muero del susto”.Luego de una plática de media hora en la que Julia trató de calmar en vano a Lucía diciéndole que a lo mejor era el cúmulo de estrés por la falta de trabajo, la universidad y los problemas en su casa, la convenció de esperarse un par de días y que si no habían resultados positivos procediera a realizarse un examen de sangre.

Llegó el viernes y la menstruación de Lucía brillaba por su ausencia; fue al laboratorio más cercano y entonces, su temor más grande se convirtió en realidad.

De inmediato sus ojos se llenaron de lágrimas y como pudo le comunicó la temible noticia a su amiga. Mientras se lamentaba con la mano izquierda en el teléfono, sentía cómo con la derecha dejaba escapar todos los planes que tenía para su vida futura.

Julia empezaba a hacerse la idea de la maternidad prematura de su amiga; de pronto, se detuvieron los sollozos del otro extremo del teléfono, Lucía tenía una visita. Se despidieron momentáneamente. En la madrugada, Julia despertó asustada por el sonido que le informaba que tenía un mensaje en su celular, lo empezó a leer con desánimo creyendo que era uno de esos molestos mensajes promocionales que envían las compañías, para su sorpresa era Lucía, quien le informaba que había hablado con la otra parte involucrada y que no había de qué preocuparse. Aliviada por la noticia, Julia se entregó nuevamente al sueño.

Al día siguiente, se juntaron en el café de siempre. Lucía estaba nerviosa, pues podía adelantar la respuesta de su amiga; por tanto le evadió por completo el tema mientras estaban en lo público de ese lugar. Se ofreció llevarla a su casa y una vez estacionado el auto le confesó su decisión: Marco (su novio) le iba a conseguir unas pastillas abortivas.

Abrumada por la noticia, Julia no supo qué decirle. Se bajó del auto y evadió sus llamadas.

Tal como fue acordado, Lucía tomó las pastillas; dos días después, mientras esperaba su turno para una entrevista de trabajo, se desangró hasta empapar por completo la falda que traía puesta. La internaron de emergencia en el hospital. En medio de su recuperación y la depresión que además la invadía hasta en sus pesadillas, decidió terminar su relación con Marco, trató de acercarse a la Iglesia y enfocarse en sus estudios.

Ahora tienen 25 años y siguen frecuentándose. Su amistad sigue sólida a pesar de la distancia que marcó su período de educación superior y el percance previamente mencionado. Sin embargo, ambas cargan con una pena moral que ni el tiempo ni las sonrisas podrán borrar.

Leave a Reply

Seguidores