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martes, 26 de abril de 2011

Condiciones laborales en tiempos modernos

1 comentarios
No es necesario trabajar en la zafra, en una maquila o incluso en la esquina para laborar en malas condiciones. Con esto no desestimo las condiciones precarias en que se desarrollan ciertas ocupaciones y que aún en nuestros días tienden a afectar principalmente a mujeres y niños. Pero no vayamos muy lejos: en el día a día, en la realidad inmediata que probablemente usted y yo compartimos, también nos topamos con trabajos que distan mucho de ofrecer condiciones óptimas para el desempeño.

Una anécdota para reír (o para llorar)

Recuerdo que en mi último año de universidad entré a trabajar en un organismo internacional a manera de pasantía no remunerada que duraría un año. En mi mente era una oportunidad soñada. Angelina Jolie no tenía nada a la par de mi entusiasmo por unirme por la niñez. Luego la vida profesional se encargaría de enseñarme que no todo lo que brilla es oro. La unidad consistía en una sola persona quien, a pesar de que necesitaba que alguien le echara una mano, se aseguró de tratarme de todas las maneras menos amables posibles.

Habían mañanas en las que todo lo que hacía era contestar el teléfono. A veces me ponía a ordenar materiales. Cuando se le encendía el foco, me ponía a pedir cotizaciones, para las cuales me daba poca o nula instrucción, y consecuentemente no lo hacía como ella quería. Asumía que tenía la capacidad de adivinarle el pensamiento. Cuando el reloj marcaba las 11:55 comenzaba a decir: "Ya es hora de que se vaya. Que no le agarre la tarde". Sí, así de deseada era mi presencia en esa oficina.

Los peores días llegaron cuando comenzó a sospechar que el esposo la engañaba y en vez de desquitarse con él, se desquitaba conmigo. Me pedía que me fuera a la sala de espera hasta por media hora mientras ella hablaba por teléfono de asuntos personales. Otro momento que escapó mi comprensión fue cuando me pidió que no me estacionara adentro de las instalaciones, aún cuando habían espacios de sobra, así, sin mayor explicación (que vale, si me la hubieran dado, la habría entendido). 

No sé si fue la falta de experiencia laboral, un colapso de inteligencia emocional o qué sé yo, pero inevitablemente al inicio del cuarto mes la situación me llegó a afectar. Después de mucha persuasión de parte de allegados que me decían que para qué seguía ahí si no me pagaban, no estaba aprendiendo nada, de ribete me trataban mal, y bla bla bla, opté salirme. Cuando "renuncié" la mujer ni siquiera me volvió a ver.

Por muy risible que parezca mi historia (que francamente lo es, y muy ridícula por cierto), muchas personas pasan por situaciones similares o peores, con la diferencia de que no se pueden dar el lujo de renunciar porque tienen responsabilidades que cumplir.

De condiciones laborales turbias líbranos Señor

La Organización Internacional del Trabajo (OIT), dice respecto al trabajo decente:
El trabajo decente resume las aspiraciones de la gente durante su vida laboral. Significa contar con oportunidades de un trabajo que sea productivo y que produzca un ingreso digno, seguridad en el lugar de trabajo y protección social para las familias, mejores perspectivas de desarrollo personal e integración a la sociedad, libertad para que la gente exprese sus opiniones, organización y participación en las decisiones que afectan sus vidas, e igualdad de oportunidad y trato para todas las mujeres y hombres.

Si los anteriores preceptos fueran los indicadores de desempeño de las condiciones laborales aquí en El Salvador y en la China saldríamos mal evaluados. Ningún país se salva. ¿Cuántos empleados calificaríamos con números rojos nuestro nivel de satisfacción en el trabajo?

Ya sea por aspectos sustanciales como la remuneración económica, la carga de trabajo, las horas extra, hasta otros que parecen más superfluos como los jefes déspotas, la falta de incentivos o motivación, e incluso no ser ascendido a pesar del buen desempeño y el tiempo de laborar en la empresa, cuando todo se pone en una balanza nos damos cuenta de que hay muchos empleados infelices deambulando por los pasillos de cualquier oficina.

Toda esa insatisfacción y descontento generalizado tiene una razón de ser, muy por el contrario de lo que puedan pensar personas de la clase propietaria que insisten en creer que los proletarios somos inconformes  y hasta desagradecidos -el dicho "Limosnero y con garrote" se les puede venir a la mente-. Una cosa es cierta: todos necesitamos trabajar, a menos que seamos el hijo perdido de un jeque árabe o algo por el estilo. Pero también todos necesitamos que se nos reconozca dignamente y con respecto nuestro trabajo.

Y sin embargo, a veces me da la impresión de que el fordismo y el taylorismo no son cosa del pasado. Que todos corremos en la línea de producción como Charlot, a todo vapor, humanos automatizados que ante los ojos del patrón tenemos lo mismo de humanos que una máquina, so pena de que nos despidan o nos descuenten. Lo que nos diferencia de los esclavos es la falta del látigo.  

¿Pero por qué es así? Ciertamente no tiene que serlo.

Cómo reconciliar la relación entre el que manda y el que obedece porque no hay de otra

¿Sabe? Siempre me he preguntado cómo hay altos ejecutivos que pagan  una millonada en MBA's y otros títulos para colgar en la pared, pero lo que menos saben manejar son personas. O los grandes empresarios que amasan una cuantiosa fortuna a costillas de sus empleados, pero son incapaces de comprender que, por ejemplo, el hecho de que una mujer se tome su permiso de  maternidad tal como lo dicta la ley, no les da el derecho para que el día que ella regrese a la oficina se entere de que ya no tiene trabajo. Lamentablemente pasa.

Por algún motivo tengo la impresión de que los niños (que de por sí no deberían trabajar bajo ningún motivo, razón o circunstancia), los jóvenes y las mujeres somos los que nos llevamos la peor parte. En otras latitudes influirá la raza o la religión... es quizá una cuestión histórica de empoderados y sometidos.

Como todo en la vida, el lugar de trabajo está marcado por una relación de poder: el jefe sobre el subordinado. Pero hay algo de la unidireccionalidad de esa relación que no me cuadra: ¿por qué no terminan de entender que el jefe necesita del subordinado? Es simple, sin empleados no hay trabajo. Sin trabajo no hay ganancias. 

El trabajo es un derecho, pero el cumplimiento de las condiciones laborales idóneas debería ser un deber, empezando por un salario justo y digno. No se puede ganar $300 (réstele los descuentos por renta, ISSS y AFP) por un trabajo a tiempo completo en un país en que la canasta básica hasta febrero está en $184.66, según datos de la Dirección General de Estadísticas y Censos (súmele el efecto reciente del gas y la gasolina); y que encima de esto toque aguantar condiciones de trabajo peligrosas o poco higiénicas, acoso sexual en el lugar de trabajo, discriminación por género, maltrato psicológico o verbal, entre otras. Esto no tiene nada risible.

El trabajador tiene necesidades que satisfacer y tiene una dignidad humana que debe respetársele, en cualquier tipo de oficio o profesión, sin importar el tamaño o rubro de la empresa, ni si es el ordenanza o si es el principal accionista o el presidente de la junta.  

O todos en la cama o todos en el suelo. Yo digo que: TRABAJO DIGNO PARA TODOS.

¿Y usted qué dice?

Un agradecimiento especial a MaLú, Claudia, Raúl, Gero y los Marios (Mayora, Francisco y Francia) por la invitación. Prometo que en esta semana practicaré aquello de resumir y sintetizar.

One Response so far

  1. RQ says:

    Creo que en arras de buscar ahorros sacrifican ciertos recursos que vician el ambiente laboral (un intangible que los jefes niegan adrede cuantificar) En este país se aprovechan que la oferta de trabajo es menor q la demanda, por lo cual muchos "patrones" se dan el lujo de decir " Si no te gusta, ahí esta la puerta, muchos están haciendo cola para tener tu puesto".

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